jueves, 27 de octubre de 2011

Tagore

1
Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida.
Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodías eternamente nuevas.
Al contacto inmortal de tus manos, mi corazoncito se dilata sin fin en la alegría, y da vida a la expresión inefable.
Tu dádiva infinita sólo puedo recogerla con estas pobres manitos mías. Y pasan los siglos, y tú sigues derramando,
y siempre hay en ellas sitio que llenar.


2
Cuando tú me mandas que cante, mi corazón parece que va a romperse de orgullo. Te miro y me echo a llorar.
Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodía, y mi adoración tiende sus alas, alegre
como un pájaro que va pasando la mar.
Sé que tú complaces en mi canto, que sólo vengo a ti como cantor. Y con el fleco del ala inmensamente abierta
de mi canto, toco tus pies, que nunca pude creer que alcanzaría.
Y canto, y el canto me emborracha, y olvido quien soy, y te llamo amigo, a ti que eres mi señor.


3
¿Cómo cantas Tú, Señor? ¡Siempre te escucho mudo de asombro!
La luz de tu música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales y sigue,
en un torbellino, adelante.
Mi corazón anhela ser uno con tu canto, pero en vano busca su voz. Quiero hablar, pero mi palabra no se abre en melodía;
y grito vencido. ¡Ay, cómo envuelves mi corazón en el enredo infinito de tu música, Señor!


4
Quiere tener mi cuerpo siempre puro, vida de mi vida, que has dejado tu huella viva sobre mí.
Siempre voy a tener mi pensamiento libre de falsía, pues tú eres la verdad que ha encendido la luz de la razón en mi frente.
Voy a guardar mi corazón de todo mal, y a tener siempre mi amor en flor, pues que tú estás sentado en el sagrario
más íntimo de mi alma.
Y será mi afán revelarte en mis acciones, pues que sé que tú eres la raíz que fortalece mi trabajo.


5
Sé indulgente conmigo un momento, y déjame sentarme a tu lado, que luego terminaré lo que estoy haciendo.
Mi corazón, si no te ve, no tiene sosiego, y mi trabajo es como un afán infinito en un fatigoso mar sin playas.
El verano ha venido hoy a mi ventana, zumbando y suspirando, y han venido las abejas, trovadores en la corte del bosque florecido.
Es el tiempo de sentarse quieto frente a ti, el tiempo de cantarte, en un ocio mudo y rebosante, la ofrenda de mi vida.


6
Anda, no esperes más; toma esta florcita, no se mustie y se deshoje.
Quizás no tengas sitio para ella en tu guirnalda; pero hónrala, lastimándola con tu mano, y arráncala, no sea que se acabe
el día sin que yo me dé cuenta; y se pase el tiempo de la ofrenda.
Aunque su color sea tan pobre, y tan poco su olor, ¡anda, ten esta flor para ti, arráncala ahora que es tiempo!


7
Mi canción, sin el orgullo de su traje, se ha quitado sus galas para ti. Porque ellas estorbarían nuestra unión, y su campanilleo ahogaría nuestros suspiros.
Mi vanidad de poeta muere de vergüenza ante ti, Señor, poeta mío. Aquí me tienes sentado a tus pies. Déjame sólo
hacer recta mi vida y sencilla, como una flauta de caña, para que tú la llenes de música.


8
El niño vestido de príncipe, colgado de ricas cadenas, pierde el gusto de su juego, porque su atavío le estorba a cada paso.
Por temor a rozarse o a empolvarse, se aparta del mundo, y no se atreve ni siquiera a moverse.
Madre, ¿gana él algo con ser esclavo de ese lujo que le aparta del polvo saludable de la tierra, que le roba el derecho de entrar
en la gran fiesta de la vida de todos los hombres?


9
¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros! ¡Pordiosero, que vienes a pedir a tu propia puerta!
Deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico.
Tu deseo apaga al punto la lámpara que toca con su aliento. ¡No tomes sus dádivas malsanas con manos impuras!
¡Recoge sólo lo que te ofrece el amor sagrado!


10
Tienes tu escabel, y tus pies descansan, entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
Quiero inclinarme ante ti, pero mi postración no llega nunca a la cima donde tus pies descansan entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
El orgullo no puede acercarse a ti, que caminas, con la ropa de los miserables, entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Mi corazón no sabe encontrar su senda, la senda de los solitarios, por donde tú vas entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.

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