El
principio de adaptación, de todas las definiciones que se dan de Iglesia, la de
Bossuet es sin duda alguna, una de las más bellas: “la Iglesia es, dice,
Jesucristo difundido y comunicado”. Ahora bien, Jesucristo según expresión de
san Pablo, es “el mismo ayer, hoy y siempre jamás”. Luego si Cristo “para
divinizar nuestra pobre naturaleza, no quiso despojarla de aquello que tenía
semejante conducta seguirá hoy también en su difusión misionera.
“De
igual suerte que Cristo tomó una verdadera naturaleza humana, así también la
Iglesia toma en sí la plenitud de todo lo que es genuinamente humana y lo eleva
a fuente de energía sobrenatural, donde quiera
y como quiera que lo encuentren”.
Vive y se desarrolla en todo
los países del mundo, y todos los países del mundo contribuyen a su vida y desarrollo”. (PIO XII, mens. de Nav. de 1945, AAS,
38 (1946), pag. 20; cf. “documentation catholique”, 20 de enero de 1946).
La
adaptación es simplemente la “encarnación” de la labor misionera en todo lo
humano y su “vinculación” en todo lo colectivo. Entre nuestros Bantu y nuestro
“Nyungwe” todo depende de esta actitud. Pues, por muy ajenas que puedan estar
las aspiraciones del alma “Nyungwe” a los misterios del cristianismo, por muy
oculta y débiles que sean sus tendencias a las realidades que se viven en la
unidad de la Iglesia, el “Nyungwe”, como todo discípulo de Cristo, “ha de
abrazar totalmente a Jesucristo con todo sus pensamientos, sus sentimientos y
sus aspiraciones, sin intentar otra ciencia humana o adaptar otra manera de pensar”.
Esta es mi opinión, después de un año como misionero en esta tierra Bantu, que
el Nyungwe, necesita que el misionero se adapte para enseñar mejor el misterio
cristiano, se adapte a la cultura para mejorar la situación socio cultural y
política. El misionero debe manifestar a Cristo que libera, que protege, que
sana y salva, ya que los Nyungwes están empapados de estas creencias
tradicionales…
Con
esto intentamos que de pueblo, recién convertido, piense y viva a Cristo y al
cristianismo con su propia alma. De aquí la necesidad que tiene el misionero de
crear, en su campo de apostolado, un medio vital eclesiástico, que permita a
los convertidos unirse directamente a Cristo en un contacto inmediato y
personal.
La
adaptación es simplemente la presentación del mensaje cristiano bajo aquel
aspecto que guarde más armonía con las aspiraciones del pueblo a ganar para Cristo.
Esto no supone ninguna mutilación o disminución de la verdad; se da
y predica toda la verdad, pero expuesta de aquel modo que pueda suscitar
la máxima reacción por parte de los neófitos. La táctica y la adaptación misionera
no es una táctica propagandista ni una estratagema, sino fidelidad a la misión
de la Iglesia, que es la prolongación de la Encarnación del Verbo y la
adaptación de Dios a los hombres. “Al
apóstol no le guía un interés de propaganda, sino la lógica de su fe” (H.
de Lubac). Los misioneros no hacemos
propagandas, solo llevamos el mensaje de Cristo. En la misión no buscamos
nuestros propios intereses, buscamos los intereses de Jesús… los sacerdotes
somos servidores del pueblo de Dios en cuanto administramos los medios de
salvación, los sacramentos.
El
Verbo de Dios, asumiendo nuestra pobre naturaleza, no la despoja de sus
propiedades; e inclinándose sobre nosotros, no deja de ser el Dios omnipotente:
Dios perfecto y hombre perfecto, unidad perfecta de persona; tal es el misterio
de la Encarnación del Hijo de Dios, que jamás la Iglesia ha dejado de imitar y
reproducir en su esfuerzo misionero.
“Desde
el día en que la Iglesia, llena del Espíritu Santo, salió del Cenáculo para
invadir la tierra se ha venido encontrando por todas partes, países que
practicaban ya otra religión distinta a la de Cristo. La mayoría de las veces
estas religiones son como un manto del que sólo tendrán que despojarse. Los
usos y tradiciones, la vida social, intelectual y moral, llevan impresos su
signo; a veces estos elementos han formado, presentado y empapado todas las
cosas”. El Verbo de Dios, que separa y conduce a su perfección a todas las
cosas, es el mismo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo: “como
Cristo, sus mensajeros no vienen a destruir, sino a edificar; no para humillar
sino para ensalzar, transformar y consagrar. Las mismas deficiencias con que
tropiezan no exigen, quizás, una total expulsión, sino un enderezamiento”. Los
misioneros no somos los dueños de los pueblos, las tierras de misión no son
propiedades privadas donde no pueda entrar el Espíritu Santo, en fin, la
Iglesia, los hombres, son confiados a unos pocos hombres para servirlos de
acuerdo al pensamiento de Cristo.
Así,
pues, la adaptación es deber de fidelidad a Cristo, y a su Iglesia; adaptación,
sí, pero no en el sentido de rebajar la Verdad sobrenatural al nivel humano,
sino más bien de levantar al hombre hasta esta Verdad, que le invada y
acrisole, iluminando particularmente algún aspecto, para permitir a la
inteligencia humana asirse a ella, poco a poco, hasta su perfecta y total
revelación.
La
adaptación no es un negocio de artistas, músicos o arquitectos, sino un deber
que tiene que ser cumplido por misioneros y teólogos. Es al teólogo a quien
corresponde descubrir el aspecto del dogma católico que responde mejor a las
impaciencias del pueblo. Pero este trabajo supone un estudio metódico y profundo
de los valores culturales, que son la riqueza del pueblo a evangelizar. La
adaptación tiende a la conexión de las aspiraciones del pueblo con el mensaje
cristiano.
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