MOVIMIENTO LITÚRGICO
SUMARIO: I. Prehistoria (primera fase) del movimiento litúrgico: 1. En la época de la ilustración; 2. Sínodo de Pistoia; Muratori; Sailer; 3. El despertar teológico del s. xix; 4. La renovación monástica como punto de partida inmediato del movimiento litúrgico: a) Dom Guéranger (Solesmes), b) Los hermanos Wolter (Beuron); 5. La situación general a comienzos del s. xx - II. La fase clásica del movimiento litúrgico (1909/1962-63): 1. Los comienzos del movimiento litúrgico; 2. Una primera controversia; 3. Los comienzos en Alemania: a) Maria Laach, b) La juventud. Romano Guardini, c) Pío Parsch en Austria, d) El Oratorio de Leipzig; 4. En Francia; 5. En Italia; 6. En España; 7. En las Américas; 8. La gran crisis (1939-1944): a) Controversias preliminares, b) La crisis, c) La intervención de Pío XII; 9. Nuevo impulso; 10. Los congresos internacionales. Hacia el concilio Vat. II - III. El movimiento litúrgico, coronado en el Vat. II - IV. El movimiento litúrgico en las iglesias evangélicas.
El movimiento litúrgico es un fenómeno de nuestro tiempo, un hecho moderno no sólo desde el punto de vista lexical (la expresión, en efecto, aparece por primera vez en Alemania en el Vesperale de A. Schott, ed. 1894). Pero debe quedar claro que en el curso de la historia siempre ha habido movimientos que luego han desembocado en una transformación de la liturgia. Nada es más falso que la opinión según la cual la liturgia de los últimos cuatro siglos sería idénticamente la del primer medievo, del tiempo patrístico, de la primera comunidad apostólica. Baste aquí recordar el paso del arameo de Jesús y de los proto-apóstoles al griego de Pablo, del griego al latín en la Roma del s. Iv [-> Historia de la liturgia, I-III], las transformaciones desde la liturgia romana clásica (de Gregorio Magno) a la liturgia romano-franco-germánica, como se presenta, por ejemplo, en el Pontifical romano-germánico del s. NI; y también: la disposición de la liturgia "secundum usum romanae curiae" (s. xii), las reformas de Trento y san Pío V y, finalmente, los continuos retoques de esta liturgia tridentina por parte de los papas mismos, o en Francia, o en el período de la ilustración, etc. [-> Historia de la liturgia, IV-VII]
I. Prehistoria (primera fase) del movimiento litúrgico
A la pregunta que ha aflorado repetidas veces en las discusiones de
los últimos decenios: "¿Cuándo comenzó el movimiento litúrgico?"
2, hay que responder que, entendido como
corriente que une a vastos ambientes en la búsqueda de una renovación, sea, ante
todo, de la propia vida espiritual surtiéndose en la fuerza de la liturgia, sea,
en segunda instancia, de la liturgia misma partiendo de una comprensión más
profunda de su espíritu y de las leyes íntimas que la rigen, es un fenómeno
histórico-cultual típico de nuestro tiempo. La expresión de SC 43: "El celo por
promover y reformar la sagrada liturgia se considera con razón como un signo de
las disposiciones providenciales de Dios sobre nuestro tiempo, como el paso del
Espíritu Santo por su iglesia", recoge simplemente las palabras que Pío XII
dirigió el 22 de septiembre de 1956 a los participantes en el -> Congreso
internacional de liturgia pastoral: "El movimiento litúrgico... ha
aparecido como un signo de las disposiciones providenciales de Dios respecto al
tiempo presente, como un paso..."'.
1. EN LA ÉPOCA DE
LA ILUSTRACIÓN. Sin embargo, nos hemos dado cuenta con evidencia y certeza cada
vez mayores de que los primeros impulsos y las primeras realizaciones de ese
programa de renovación litúrgica existían ya, de manera sorprendente por
claridad de visión y tenacidad de propósitos, en la época de la ilustración. No
obstante, también es verdad que estos propósitos no se realizaron, mejor dicho,
cayeron en la nada de hecho, hasta tal punto que se puede afirmar que no hay en
realidad ninguna relación directa entre las aspiraciones litúrgicas de la
ilustración y las de nuestro tiempo. Otra razón, no la última, de esto debe
verse en el hecho de que la ilustración, tanto en sus tendencias manifiestas
como, en todo caso, en sus corrientes de fondo, se dejara condicionar o guiar
demasiado por elementos heterodoxos. La consecuencia fue que la restauración,
por un rígido hecho reactivo connatural, rechazó precisamente toda reforma
litúrgica y se polarizó en un conservadurismo tradicionalista.
Damos aquí como presupuesto que se conoce el fenómeno de la
ilustración en su universalidad, que comprende la ilustración antimetafísica y
anticristiana de Locke y Hume; el de la filosofía alemana, que se relacionaba
con el Leibniz de la madurez y que se expresaba, por ejemplo, en J. Chr. Wolff y
en el Kant de los años juveniles; en fin, el de los enciclopedistas franceses.
Estos últimos influyen en la ilustración italiana, que, sin embargo, se
distingue por su oposición al racionalismo cartesiano, al antihistoricismo y
antiespiritualismo, declarándose a favor de una concepción religiosa y teísta,
con recuperación de valores del pasado: por algo se tendrá sólo en Italia una
tentativa como la del Sínodo de Pistoia [->
infra, 2].
Pero junto a ésta existía también una ilustración católica, que en sí
no puede "considerarse como destructiva y hostil a la iglesia, y mucho menos
superficial y necia, como sucedería si no se tuviese en cuenta lo que la
precedió y lo que de positivo, constructivo y de impulso hacia adelante nació de
aquellas convulsiones, de aquel pensar y experimentar, en suma, de aquel estadio
de transición, históricamente quizá necesario, pero, en todo caso, no menos
históricamente condicionado.
En el ámbito de la ilustración religiosa, y en especial de la
católica, se pueden distinguir cuatro grupos: 1) Los adherentes a un
escepticismo radical que llegaba a una hostilidad manifiesta. 2) Una clara
acentuación del contraste entre el cristianismo positivo y la llamada religión
natural, pero sin llegar a una ruptura. 3) Teólogos de mediación, que pretenden
manténer el edificio dogmático, pero explicando los dogmas en un plano de
religión moral. 4) Teólogos y laicos "que, partiendo de un conocimiento profundo
y honesto de los males del tiempo, se esforzaban por cambiar la situación. Ellos
propugnaban una reforma, en el pensamiento teológico y en la praxis, pero sin
tocar el dogma; más aún, quizá con las mejores intenciones de poner de
manifiesto su pureza y claridad, y en todo caso apoyados en un expreso propósito
de revalorizar lo que es lo esencial en la doctrina y en la vida cristiana".
2.
SÍNODO DE PISTOIA: MURATORI;
SAILER. En el ámbito de estas categorías se deben enumerar los siguientes hechos
o personalidades o tendencias programáticas, que tienen para nosotros particular
importancia: el Sínodo de Pistoia y su programa de reforma (1786); el emperador
José II y las reformas apoyadas en el congreso de Ems (1786); L.A. Muratori
(1652-1750); los libros litúrgicos neo-galicanos de los ss. xvii y xviii; J.M.
Sailer (1741-1832). No podemos detenernos en cada uno Todos éstos deberían
entrar en el grupo 4 [-> supra,
1]; se exceptúa el Sínodo de Pistoia, que
quizá estuvo demasiado dominado por tendencias heterodoxas, y debería por tanto
entrar más bien en el grupo 3. El obispo Sailer es una figura santa, la única
cuya influencia se extendió de modo bastante amplio hasta el presente
[-> infra, nota 8].
El Sínodo de Pistoia representa, desde el punto de vista de la
historia de la liturgia, el hecho indudablemente más interesante en el seno de
la ilustración. Por desgracia, falta todavía un estudio serio, capaz de poner en
su justa luz las tendencias litúrgico-reformadoras del Sínodo; de todos modos,
es cierto que no se puede formular una valoración exacta del mismo si nos
limitamos a la lectura de la constitución Auctorem fidei, de Pío VI
(1794) (DS 2600-2700), sin recurrir directamente a las actas y decretos del
Sínodo mismo, fácilmente accesible en la colección de Mansi.
Los votos de reforma expresados en aquellos documentos se han
realizado casi todos hoy: por ejemplo, la participación activa de los fieles en
el sacrificio eucarístico (Mansi 1040); la comunión con las hostias
consagradas en la misma misa (ib); una menor estima de la misa privada (ib);
unicidad del altar (Mansi 1039); una limitación en la exposición de las
reliquias sobre el altar (ib); significado de la plegaria litúrgica (Mansi
1074s); la necesidad de reformas del breviario; la veracidad e historicidad
de las lecturas; la lectura anual de toda la Sagrada Escritura; la lengua
nacional junto al latín de los libros litúrgicos; la supresión de muchas novenas
y formas devocionales semejantes; la importancia dada a la comunidad parroquial
contra todo fraccionamiento (Mansi 1074-1079). Sin embargo, no hay que
olvidar que estas reformas estaban insertas en una maraña de concepciones
dogmáticas dudosas y discutibles, por lo que no pudieron tener desarrollos en
sus mismas justas demandas centrales.
La demanda o instancia central en la reforma litúrgica de la
ilustración católica era sobre todo "la tendencia a la simplificación..., al
carácter comunitario..., a la comprensión y edificación"'. Simplificación
quería significar "la eliminación de todo lo superfluo, de toda hojarasca
inútil". Entre algunos, pocos en verdad, esta tendencia llevaba a una
simplificación radical, que acababa siendo una falsificación de la liturgia
eucarística, la cual se convertía en un simple recuerdo, "un agape que,
según el espíritu de su fundador y también según las normas de la razón, debía
tender sobre todo a valores morales". Pero la amplia mayoría, movida por el
deseo perfectamente legítimo de lo esencial, pedía sólo una simplificación
externa. En este sentido, se destaca en primer lugar "la lucha contra las
exageraciones a propósito de procesiones, peregrinaciones y
cofradías", "contra los abusos relativos a bendiciones y exorcismos",
sobre todo en la excesiva frecuencia de las bendiciones eucarísticas. Hay que
subrayar de forma particular "la lucha contra el fraccionamiento en la piedad
que tiene a Cristo como objeto".
La tendencia a la simplificación se extendió en un continuo esfuerzo
pastoral de realizar una comunidad litúrgica, sobre todo en la liturgia
parroquial. En particular se trataba de crear entre los participantes en la
liturgia una asamblea también espacialmente tal; de dar una unidad objetiva a la
celebración litúrgica (por ejemplo, evitando rezar el rosario durante la misa);
de llevar a los fieles a participar en la liturgia de modo objetivo y subjetivo.
El elemento positivo y justo de estas aspiraciones se vio, sin embargo,
infaustamente puesto en la sombra por la preocupación, típicamente ilustrada,
de comprensión y de edificación. Concluyendo, podemos decir con A.L. Mayer:
con su lucha contra la exuberancia del barroco, que se había convertido con el
tiempo en puro vacío, la ilustración prestó grandes servicios también en el
campo de la liturgia. "Ante todo..., la ilustración católica —por primera vez
después de mucho tiempo— ha hecho de la cuestión litúrgica un hecho que atañía a
la iglesia; la liturgia se convirtió... en un movimiento litúrgico popular". No
debería ya ser meramente un puro acto oficial, con sólo que se
reflexionase sobre su origen y sobre su naturaleza. Pero, por desgracia, sólo se
vio la forma de la liturgia, y no se percibió su espíritu vivo.
"La ilustración —por lo que de positivo había en su acción— intuyó y
captó el sentido íntimo de la liturgia; abrio y allanó el camino hacia su
santuario a través de malezas y oscuridades; llegó incluso hasta los umbrales
del santuario mismo y se edificó en la contemplación de su belleza: pero no tuvo
ni encontró la llave para penetrar hasta la parte interior del
mismo..."
Ciertamente, son muchos los puntos del programa litúrgico de la
ilustración que se recobran y realizan hoy. Pero efectos positivos en el
verdadero sentido de la palabra los tuvo sólo aquel gran espíritu que con una
espiritualidad auténtica superó interiormente la ilustración: J.M. Sailer, cuyo
influjo sobre la liturgia pastoral de nuestros días es grandísimo
3.
EL DESPERTAR TEOLÓGICO
DEL S. XIX. Llegamos ahora a los verdaderos precursores y a los comienzos del
movimiento litúrgico moderno.
La reacción inmediata a la ilustración, a saber: el romanticismo, "no
dice nada sobre la liturgia'''. Pero junto a él, y como consecuencia del mismo,
se crean varias corrientes. Fuerzas sanas de la ilustración, como las que están
en el espíritu de Sailer, ensanchan su influjo, por ejemplo en Alemania, sobre
todo con J.B. Hirscher (1788-1865) y M.A. Nickel en Maguncia (1800-1869).
Pero independientemente de éstas, surgen otras fuerzas, como las de la "Tubinga
católica", con J.A. Móhler (1796-1838) y F.A. Staudenmaier (1800-1856); el
llamado "Movimiento de Oxford" en Inglaterra, con Keable, Pusey y J.H. Newman.
Un influjo todavía más inmediato y efectivo se debe a todo aquel conjunto que,
también en el plano religioso-eclesiástico, se suele indicar como
restauración, la cual si bien por una parte es —especialmente en Francia—
reacción necesaria contra los errores del tiempo y a menudo dinámicamente
creativa, tiene sin embargo la culpa de haber sofocado otras fuerzas más
originarias.
A propósito de los elementos estructurales de la época
restauracionista, A.L. Mayer afirma que "todavía no eran tales que introdujeran
en lo íntimo de la liturgia... En efecto, lo que interesa no son estos mismos
valores singularmente tomados, sino sobre todo la actitud religioso-cultual en
su conjunto, que precisamente en aquel tiempo (como por lo demás sucedía
respecto a la cultura) parece haber encontrado en la masa de los fieles en
medida cada vez mayor su fuerza sustentante y dinámicamente orientada. Ahora
bien, por lo que se refiere a la naturaleza y al contenido más íntimo y profundo
de la liturgia, su puesto central con finalidad comunitaria y su universalidad
espiritual, esta masa espiritual está ante ella con una especie de solemne
absentismo, hecho de respeto o de íntimo deseo y quizá también de cierto
interés, pero como se está ante una acción oficial y burocrática que se
cree dotada de un poder y un significado propios, pero que no puede verse y
oírse más que de lejos. Y todo esto, no obstante la ilustración, e incluso quizá
precisamente a causa de la ilustración y de sus tendencias aparentemente o
incluso realmente demasiado democráticas, que se veían llevados a rechazar en
bloque.
Pero naturalmente esta misma época, sobre todo en fuerza de la forma
científica y de la fecundidad del historicismo, llevaba en su seno gérmenes
eficaces para el próximo futuro. "En este terreno cultural y en esta esfera
religiosa hunden sus raíces dom Guéranger y su obra. El historicismo hace de él
un investigador y un divulgador de antiguas fuentes religiosas, que por su
originariedad y su fuerza serán un valor para el presente y para el futuro. En
él aquella interioridad y profundidad teológica que ya se encontraba en J.A.
Móhler... se unían así con el entusiasmo romántico-histórico y con el
pensamiento racional-histórico; y es aquí y a través de este canal como toma
arranque aquella corriente tenue pero ininterrumpida que llega hasta nuestros
días, hasta el despertar de la iglesia y de su liturgia en las almas.
4. LA RENOVACIÓN MONÁSTICA COMO PUNTO DE PARTIDA INMEDIATO DEL
MOVIMIENTO LITÚRGICO. El movimiento litúrgico de nuestro tiempo encuentra su
preparación, la fuerza sobre la que descansa y las primeras tentativas de
realización en los ambientes monásticos, sobre todo en Solesmes (Francia), con
el abad Guéranger, y en Beuron (Alemania), con los dos hermanos monjes Mauro y
Plácido Wolter.
A primera vista se trata de un simple dato de hecho, aunque éste
tiene naturalmente, para quien lo mira en profundidad, un sentido bien preciso.
Viene, en efecto, a indicar por sí mismo una orientación determinada, la cual,
aunque con sus límites, expresa, en medida mucho mayor, riqueza y vitalidad.
¿Dónde sino en ambientes de este tipo, es decir, en el cauce contemplativo del
monacato, el delicado retoño de una nueva mentalidad litúrgica habría podido
encontrar su abrigo primero y bien acondicionado?
El s. xix había sido calificado, con un término muy apropiado, como
"el siglo falto de gracia" ", en cuanto siglo del romanticismo salvaje y
naturalista, de la restauración historicista, de la técnica y de la máquina, del
liberalismo y del ateísmo. En este tiempo en que extrañamente se entreveran
todas las tendencias: la de la reacción contra todo deseo de reforma, sobre todo
si provenía de la ilustración; la de la entusiasta admiración por las
tradiciones que nos venían de las dichosas edades del pasado, como podían ser el
medievo y también el barroco; la restauracionista, que, con un cansancio
desprovisto de toda creatividad, tiende sólo a la imitación, se asiste a un
hecho: en la celebración litúrgica, al pueblo
"una vez más, y ahora más conscientemente que nunca, se le relega a
papel de espectador...", para ser abandonado a sí mismo en una piedad de neto
fondo individualista, mientras que el sacerdote, también él solo consigo mismo,
lee su misa o hace la solemne función-espectáculo. Es
verdaderamente para maravillarse que, si bien en ambientes pequeños y
restringidos, se llegase a celebrar una liturgia que era viva no obstante sus
limitaciones.
a) Dom Guéranger
(Solesmes).
No es pensable una renovación del monacato benedictino en el s.
xtx sin Próspero Guéranger (1805-1875), fundador y primer abad de Solesmes. "Los
méritos de dom Guéranger por lo que se refiere al resurgir del antiguo espíritu
monástico son imperecederos. En efecto, en un tiempo en que los elementos
fundamentales del monacato benedictino casi habían desaparecido de la memoria,
él los vio y propuso con una claridad que se podría llamar desde luego
carismática"'°. Ahora bien, uno de los elementos que él redescubría como
esenciales para una vida contemplativa como es la monástica era cabalmente la
liturgia, y precisamente la liturgia en su forma romana.
Como espíritu enardecido que era, Guéranger vio, predicó e impulsó
con vigor hacia adelante todo esto, naturalmente de la manera connatural a su
tiempo. Viniendo del ambiente de Lamennais, al que estaba profundamente ligado,
era un enemigo declarado de toda forma de galicanismo, y, al ver en la unidad
litúrgica con Roma la premisa indispensable para toda verdadera vida eclesial,
combatió, a menudo con una unilateralidad ciega, no sólo las liturgias llamadas
neogalicanas, sino también todo pequeño residuo proveniente de la antigua y
venerable tradición galicana. En una palabra: era —como se decía entonces—un
ultramontano, y tal, que no se habría podido desear uno más declarado en
los años precedentes al concilio Vaticano de 1870, es decir, un ultramontano
con todas sus debilidades, pero también con todos sus lados positivos,
considerada la situación histórica del momento.
En este contexto histórico-espiritual se hizo desde el primer momento
altamente benemérito de la liturgia, como se puede ver ya en 1830 en sus
Considérations sur la liturgie catholique, aparecidas en el Mémorial
catholique Lamennais y en los volúmenes, publicados a partir de 1840, de sus
Institutions liturgiques, que cobran una forma progresivamente más
polémica y dura'". Nadie podrá negar los límites y los planteamientos
unilaterales de esta obra; pero a pesar de esto encontramos en ella bien
delineado un auténtico programa para una renovación y un retorno litúrgico. "Si
este nuestro libro, llamando la atención de los que tienen la misión de velar
sobre las iglesias, contribuyese, aunque fuera poquísimo, a frenar abusos muy
grandes y a preparar, de algún modo, un retorno a los principios válidos, en
todo siglo, en materia litúrgica, ¿sería el nuestro un crimen tan grande?"
"v. Por lo demás, nada le es tan ajeno como el esoterismo;
en efecto escribe , "el objeto principal de su libro es el de iniciar a los más
jóvenes de nuestros hermanos en el estudio de los misterios del culto divino y
de la oración: dos cosas que deben constituir el principal alimento de su vida",
y por eso —continúa Guéranger— "hemos pensado publicar, además de estas
Institutions..., también un Année liturgique, volumen destinado a
poner a los fieles en condiciones de aprovecharse de los inmensos beneficios que
la comprensión de la liturgia, en la secuencia de los tiempos del año
eclesiástico, ofrece a la piedad
cristiana".
De esta obra justamente famosa de Guéranger, que lleva efectivamente
el nombre preanunciado de
Año
litúrgico, apareció el primer volumen (Adviento) en 1841, y el
prefacio general de la obra, aunque escrito en el estilo romántico del tiempo,
sigue siendo todavía hoy una carta magna de auténtico espíritu litúrgico.
b) Los hermanos Wolter (Beuron). La obra del monasterio de
Solesmes tuvo importancia decisiva también para la fundación monástica alemana
de Beuron, por más que los iniciadores, los dos hermanos Mauro y Plácido Wolter,
hundan sus raíces en un terreno cultural diverso. Sin embargo, es cierto que
desde su fundación (1863) el monasterio de Beuron estaba profundamente
determinado por Solesmes; y así, devolver también a la liturgia, además de a la
Regla, el puesto central en la vida del monasterio fue la razón de ser de la
gran obra de Mauro Wolter que lleva por título Elementa monastica ", y de
la otra obra de comentario a los Salmos en varios volúmenes: Psallite
sapienter.
También en Beuron, no menos que en Solesmes, sigue siendo
determinante una absoluta admiración por el carácter clásico de la liturgia
romana y la voluntad —en aquel momento ciertamente no discutible— de mantenerla
encerrada en los límites del monasterio, pero con el intento de que se la viva
hasta que determine la vida del mismo. Sin embargo, a este propósito, Mauro
Wolter, alejándose en cierto modo de la dirección tomada por Solesmes, sobre
todo por lo que se refería a su posición sobre la cuestión de la actividad
pastoral de los monjes, no quería que "la vida litúrgica se restringiese al
coro, sino que penetrase de santidad toda la vida en su conjunto"'.
La floreciente vida de Beuron y de sus fundaciones —debidas en parte
a la presión de la Kulturkampf que se desarrolló en Alemania—, que
llevaron su monacato a Bélgica (Maredsous), a Checoslovaquia (Emaus-Praga) y a
Austria (Seckau), representó por doquier, si bien siempre en el marco de las
posibilidades de entonces, un fuerte impulso hacia una mentalidad litúrgica
cuyos componentes eran: el redescubrimiento de una auténtica celebración llevada
a cabo para honor de Dios, el gran esmero por un canto gregoriano apreciable y
el esfuerzo por dar vida a un arte sagrado de fuerte expresividad.
Pero ello no obstante, "todo esto —aunque sea como añadido a otras
cosas que se podrían decir— no debe desviarnos hasta el punto de divisar aquel
tiempo como la época de un movimiento litúrgico. En efecto, todo esto no
dejó su signo de reconocimiento sobre aquel tiempo; antes quedó como un hecho
esporádico, teórico y, al menos de momento, ineficaz"
, si bien comienzan a perfilarse centros litúrgicos y salen
publicaciones importantes (en 1882 el Missel des fidéles, de dom G. van
Caben, monje de Maredsous, y en 1884 la primera edición del Messbuch
alemán de A. Schott, monje de Beuron). Más aún, se ve hacer acto de
presencia la denominación de movimiento litúrgico en la edición alemana
(1894) del Vesperale hecha por el mencionado A. Schott. Pero, repetimos,
"esto no debe llamarnos a engaño. Todo aquello (y era mucho) que entonces se
hacía y se proyectaba, se realizaba y se publicaba, era —y por doquier—
simplemente preparación del terreno y semilla; no era nada más que un período de
incubación y de prehistoria..., aunque sin esta prehistoria, que después
de todo no se movió en una línea rígidamente, no sería pensable la renovación
litúrgica posterior" .
5. LA SITUACIÓN GENERAL A COMIENZOS DEL S. XX. El movimiento
litúrgico de nuestros días, en realidad, arranca mucho más tarde. Anton L. Mayer
ha demostrado magistralmente que su comienzo está caracterizado por dos
coordenadas: eclesial la una y cultural la otra. De estas coordenadas, la
decisiva está dada por el cambio en la idea de iglesia. "El movimiento litúrgico
ha comenzado en una situación histórica muy determinada, a saber: cuando los
católicos, y más precisamente los laicos, comenzando a someter a examen los
lazos que unían su existencia, que se concretaba en el espacio y en el tiempo, a
la iglesia y a la jerarquía, pudieron, al hacer este examen, reconocer y
diferenciar los motivos religiosos, esenciales, absolutos y absolutamente
vinculantes presentes en la idea de iglesia, de los motivos culturales,
temporalmente condicionados y relativos, que son sólo expresiones de una época
históricamente pasada". Y también: "El movimiento litúrgico comenzó cuando el
catolicismo y los católicos del s. xlx, saliendo de la actitud de defensa de la
posición jurídico-organizadora que tenían en el ámbito del mundo moderno,
pudieron cobrar de nuevo conciencia del organismo que, en sentido verdadero y
propio, eran, y juntamente de la interioridad del mismo"". Mayer ve así en este
contexto la importancia del movimiento litúrgico: "Cuando ya la idea de iglesia
del s. xlx, que venía a ser la de una iglesia social, organizadora y pedagógica,
había agotado su propia vitalidad, fue precisamente el movimiento litúrgico el
que contribuyó de manera decisiva y profunda a crear una idea nueva de la
iglesia. Y esto sucedió en el sentido de que a los hombres liberados de las
estructuras ficticias de las concepciones pasadas, el movimiento litúrgico les
presentaba no un nuevo rostro de la iglesia, sino un rostro que había
permanecido durante mucho tiempo en la sombra; trataba, en efecto, de acercarlos
lo más posible a lo que la iglesia era en su naturaleza más profunda, a saber: a
su ser sacramental y a sus celebraciones litúrgicas, mientras que les enseñaba
que la iglesia es el cuerpo místico de Cristo, o sea, el misterio del
Cristo que continúa su existencia humana. Y de esta nueva comunidad eclesial
redescubierta en los circumstantes, que son precisamente los
participantes en la celebración, el punto central es de nuevo el
altar".
Esta nueva actitud interior será en adelante el terreno acondicionado
para recibir todo aquello que —también como fruto del trabajo de preparación
hecho por Solesmes, por Beuron y por otras fuerzas vaya a suceder, comenzando
por las reformas del papa san Pío X en materia de vida eclesial y especialmente
litúrgica
30, hasta el progresivo
extenderse de estas ideas a ambientes cada vez más vastos [->
Espiritualidad litúrgica, A, II, 1; -> Historia de la liturgia,
VII, 4, a-b].
II. La fase clásica del movimiento litúrgico (1909/1962-63)
1. LOS COMIENZOS
DEI. MOVIMIENTO LITÚRGICO. LOS primeros pasos decisivos en esta nueva línea se
dieron sobre todo en Bélgica: eran pasos que, partiendo del ambiente monástico
de Maredsous y de Mont-César (Lovaina), tuvieron la ventura de hacer que se
encontrara un monje de marcada personalidad, como era dom Lambert Beauduin ",
con un mundo católico laico entusiastamen
te
dispuesto, como era el representado por la noble figura de Godefroid Kurth. Y de
este encuentro, feliz momento creativo, conocemos el día y la hora: fue el 23 de
septiembre de 1909, durante el Congrés national des oeuvres catholiques,
en Malinas. Aquí es, en efecto —caso sumamente raro— donde "se puede fijar,
si no precisamente el comienzo, sí el momento afortunado en que el movimiento
litúrgico cesa de ser una corriente, por así decir, subterránea, y de repente se
abre un camino en la superficie, mostrándose de golpe visible y recognoscible a
los ojos de todos"
Se puede decir que todo lo que siguió (casi hasta el estallido de la
primera guerra mundial) no fue otra cosa que el ulterior desarrollo de aquel
afortunado comienzo, que se afirmaba con una fuerte actividad en Bélgica con la
instauración de las cada vez más famosas "Sémaines et conférences liturgiques",
promovidas por los monjes de Mont-César, y con el surgimiento de las grandes
revistas litúrgicas.
El movimiento se extiende a Alemania, donde se encontraban, en un
momento feliz semejante, la riqueza de la vida monástico-litúrgica del
benedictinismo de Beuron con una actitud de abierta disponibilidad por parte de
los laicos, sobre todo del ambiente universitario, que se encuentran, primero en
un pequeño grupo en Düsseldorf en 1912, y luego en 1913 y 1914, en jornadas
litúrgicas propiamente tales durante la semana santa en la abadía de Maria Laach
(Renania), y en ellas encontramos en 1913 nombres que luego se hicieron famosos,
como Robert Schuman (Metz), que será un día jefe del gobierno en Francia;
Heinrich Brüning, también él más adelante canciller de Alemania; Paul Simon,
futuro prepósito capitular de la catedral de Paderborn, y Hermann Platz, que
será más tarde profesor en la universidad de Bonn.
2.
UNA PRIMERA CONTROVERSIA.
Precisamente en este tiempo se asiste a la
primera gran crisis, que se polarizó en torno a la discusión a que había
dado origen dom M. Festugiére con un interesante ensayo titulado La liturgie
catholique, suscitando una violenta oposición por parte de los que querían
mantenerse en las antiguas posiciones, y provocando al mismo tiempo la magistral
síntesis conclusiva de dom L. Beauduin con su escrito sobre La piété de l'
église ". El estallido de la primera gran guerra puso fin a la polémica;
pero ésta había mostrado con la rapidez de un relámpago cómo en aquellas
aspiraciones litúrgicas vivía un nuevo espíritu y a qué consecuencias podía y
debía conducir con el transcurso del tiempo
Pero, en resumidas cuentas, ni siquiera la guerra estuvo en
condiciones de detener el movimiento.
3. Los
COMIENZOS EN ALEMANIA.
a) Maria Laach. Mientras sigue expandiéndose y desarrollándose en Bélgica, en
Alemania va cobrando proporciones cada vez más vastas, haciendo converger,
siempre en el momento justo, en encuentros altamente significativos, a nuevas
corrientes y nuevos hombres.
En la abadía de Maria Laach, en el intento de organizar y de iniciar
una triple obra, se encuentran unidos el abad I. Herwegen y sus monjes K.
Mohlberg y O. Casel, con el joven sacerdote ítalo-alemán R. Guardini y los
profesores Fr. J. Dólger y A. Baumstark; y así ya en 1918 se da comienzo a tres
colecciones: Ecclesia orans, Liturgiegeschichtliche Quellen y
Liturgiegeschichtliche Forschungen. En 1921 se inaugurará, con su primer
volumen, el Jahrbuch für
Liturgiewissenschaft.
Esta estrecha
colaboración de ciencia y de intenciones pastorales fue largamente determinante
para la actividad litúrgica en Alemania, y ciertamente no fue un daño, si bien
en un primer momento podía aparecer como una limitación con vistas a una
influencia de radio más amplio. En efecto, habían optado intencionadamente por
dirigirse ante todo al clero y al ambiente culto, no ciertamente con el fin de
mantener a los demás alejados de la liturgia, sino sólo porque a aquéllos se
podía llegar inmediatamante, no en último término gracias a la obra clarividente
de los monseñores F.X. Münch y Landmesser y de su "Asociación de los
universitarios católicos" ("Katolischer
Akademiker-Verband").
b) La juventud.
Romano Guardini.
Sin embargo, pronto se
abrieron otros ambientes, sobre todo gracias al Movimiento juvenil, en
particular el de Quickborn, que se reunía con Guardini en Burg Rothenfels para
organizar prácticamente las celebraciones litúrgicas, sobre todo con ocasión de
grandes solemnidades, y a continuación el de la "Asociación juvenil masculina"
de monseñor Wolker. Aquellos diez primeros años fueron indudablemente años de
riquísima experiencia, de animado desarrollo y de grandísimas esperanzas. Junto
a las formas solemnes de la liturgia clásica, que se celebraba de manera tan
cautivadora en las grandes comunidades neo-monásticas, asomaban la cabeza ya
entonces nuevas formas, y entre ellas especialmente la de la llamada Misa
comunitaria (Gemeinschaftmesse), en la cual, con pleno respeto al derecho
litúrgico vigente, pero también valorizando al máximo las posibilidades que
daba, se podía realizar una verdadera participación activa de los fieles, que
eran, naturalmente, ante todo los jóvenes mismos.
Ciertamente esta breve panorámica no agota en absoluto la gran
cantidad de trabajo que se hacía por todas partes con fervor y vivacidad por
eminentes teólogos, por pastores de almas abiertos a las nuevas perspectivas y,
finalmente, también por comunidades parroquiales más activas. Pero alguna de
aquellas figuras merece ser particularmente recordada.
c) Pío Parsch, en
Austria.
Recordemos, en primer lugar, a Pío
Parsch, de los canónigos regulares de san Agustín en Klosterneuburg, Austria
(18841954). Solicitado por las inspiraciones programáticas del movimiento
litúrgico anterior a la primera guerra mundial, pero feliz al mismo tiempo de
poder referirse de modo especial al pensamiento teológico-litúrgico de Maria
Laach y particularmente al de O. Casel, se propuso hacer un apostolado
declaradamente litúrgico-popular. Y lo consiguió de modo felicísimo,
llegando a ejercer, a través de una riquísima obra literaria, una influencia muy
amplia y profunda no sólo en los países de lengua alemana, sino también en otros
países, tanto con su Das Jahr des Heiles, un año litúrgico de
comentario al misal y al breviario, que a partir de 1923 se fue enriqueciendo
cada año; como también, desde 1926, con su revista Bibel und Liturgie
(= BL), por no citar otras obras suyas, muchas de las cuales siguen siendo
válidas hoy. En 1950 podía resumir así en el congreso litúrgico de Francfort los
grandes objetivos de su trabajo: "Acercar de nuevo a los estratos más sencillos
del pueblo al culto de la iglesia, haciéndoles posible sobre todo a ellos una
participación activa en la liturgia" Y —en segundo lugar— "poner de nuevo
la biblia en manos del pueblo"'".
d) El Oratorio de Leipzig.
Una actividad muy laboriosa y, si bien
no-de-ancho-radio, al menos al comienzo, muy intensa en el ámbito de las
comunidades parroquiales vivas —hasta extenderse luego fuera de éstas—, fue
emprendida por los sacerdotes del Oratorio, primero en Leipzig y más tarde
también en Munich, en Francfort y en otras partes. Muchos de estos oratorianos,
y entre ellos sobre todo Th. Gunkel, J. Gülden, H. Kahlefeld, K. Tilmann,
A. Kirchgássner, trabajaron mucho también en el campo del canto litúrgico para
darle una forma digna y al mismo tiempo accesible a una comunidad parroquial.
Ciertos libros de pastoral litúrgica, como Volksliturgie und Seelsorge, Parochia (ed. Alsatia, Colmar) y otros, de los que ellos fueron o los autores
o los inspiradores, en tiempos de la segunda guerra mundial sirvieron a muchos
de alimento y medio para sostener su resistencia interior.
4. EN FRANCIA. Entre tanto, por aquellos mismos años el movimiento
litúrgico continuó su expansión, aunque de forma lenta. Aunque la cosa era muy
evidente respecto a Bélgica y Alemania, en los otros países tampoco se dormía.
Así, en Francia, a la que correspondía la gloria de haber dado el primer impulso
al movimiento, por más que no había participado a primerísima hora en plan
amplio en las iniciativas de Bélgica, dio vida a trabajos científicos de notable
valor incluso para hoy, como los de los monjes de Solesmes, las grandes
publiaciones del tipo Dictionnaire d`Archéologie Chrétienne et de Liturgie (=
DACL, 1907-1953), los catálogos de los manuscritos de los libros litúrgicos
de Leroquais, los estudios de Duchesne, de Batiffol, etc. Y no faltaba al mismo
tiempo el compromiso por la valorización en el plano práctico de los mismos
estudios litúrgicos, como dan fe de ello las obras del abad F. Cabrol
y la enciclopedia Liturgia, de R.
Aigrain.
5. EN ITALIA. De mayor importancia, tanto en el plano teológico como
en el pastoral, fue el movimiento litúrgico de aquellos años en Italia.
Y aquí debe señalarse en primer lugar la Rivista Liturgica (=
RL), que, fundada en 1914 en el monasterio benedictino de Finalpia
(Savona), introducía oficialmente y sostenía en Italia la renovación litúrgica,
hacia la que se había ido orientando ya la atención de algunos obispos, como
Marini de Norcia (luego de Amalfi), Filipello de Ivrea, Tasso de Aosta. Nacida
por la tenacidad y sostenida por el humilde trabajo del abad Bolognani, RL
tuvo su mejor afirmación por obra de dom Caronti, su primer director, y fue
enriquecida por los estudios de dom I. Schuster (futuro arzobispo de Milán), que
venía publicando en ella los que luego serán los capítulos fundamentales de su
gran obra Liber sacramentorum (1919-1928).
Entre los demás pioneros no se pueden olvidar don Moglia de
Génova, que fundará la obra del Apostolado litúrgico sobre todo con
vistas a una formación litúrgica de los muchachos y de los adolescentes; don
Righetti, que se dedicará sobre todo al estudio científico (es notable su
Storia liturgica, en 4 vols., 1944-1959); don Tónolo, famoso por sus
iniciativas litúrgico-parroquiales; los salesianos don Grosso y don Vismara,
que, inspirándose primero en Solesmes y luego sobre todo en Bélgica, habían
comenzado una intensa actividad de renovación litúrgica en el ámbito de su
instituto, y que habrían podido ser los verdaderos iniciadores y promotores del
movimiento en Italia si cierta estrechez de perspectivas, por desgracia común en
ciertos ambientes eclesiásticos responsables, no se lo hubiese impedido. Serán
númerosísimas en Italia las publicaciones
de propaganda y las traducciones de libros litúrgicos.
6. EN ESPAÑA [-> Movimiento litúrgico en España]. También
España hará sentir su presencia en el movimiento litúrgico, tanto con el trabajo
científico como con una intensa actividad de renovación, promovida sobre todo
por el monasterio catalán de Montserrat.
7. EN LAS AMÉRICAS. También en los Estados Unidos de América el
movimiento litúrgico, que tuvo su primer centro en el monasterio benedictino de
St. John (Collegeville), Minnesota, no tardará en difundirse y en encontrar
promotores.
En Brasil se formó cierto movimiento litúrgico en el ambiente de la
abadía de Río de Janeiro por obra sobre todo de un monje de la congregación de
Beuron, Martín Michler (luego abad de aquel monasterio), que se formó en
Nevesheim, Beuron, Maria Laach y San Anselmo (Roma). Trabajó con gran éxito
entre la juventud universitaria católica.
8. LA GRAN CRISIS (1939-1944). Pero no se puede decir ni se debe
creer que todo este desarrollo se haya producido siempre en un clima de
paz.
a) Controversias preliminares.
Al
contrario: no faltaron, en el interior de la iglesia, ni discusiones ni ataques;
y así vemos obispos que no rara vez se muestran más bien escépticos y reservados
en relación con el movimiento litúrgico en general, y más a menudo todavía ante
ciertas posturas suyas, como sucede, por ejemplo, a propósito de las "misas
dialogadas y comunitarias" o de la celebración sobre "altares vueltos hacia el
pueblo"; no daba señales de disminuir la oposición, en nombre del método
ignaciano, a los ejercicios espirituales y a los retiros con fondo y con tema
litúrgicos. Pero la polémica de mayor importancia (cuyas consecuencias, sin
embargo, fueron a veces muy positivas) fue la que se desarrolló, tanto en el
plano de la teología como en el de la espiritualidad, en torno a la visión
mistérica de la liturgia, tal como la había propuesto y defendido el
benedictino alemán O. Casel.
b) La crisis. Este debate, naturalmente, se desarrollaba sobre
todo en Alemania, donde poco antes del estallido de la segunda guerra mundial
algunos escritos altamente polémicos condujeron a situaciones críticas muy
serias. Nos referimos aquí en primer lugar al pequeño volumen de M. Kassiepe
Irrwege und Umwege im Frommigkeitsleben der Gegenwart (Kevelaer 1939';
Würzburg 19402), que tuvo funciones de faro de
orientación; pero también al otro libro de A. Dórner Sentire cum Ecclesia
(Munich-Gladbach 1941, pro manuscripto), de menor apariencia, pero
sustancialmente más crudo. Ambos escritos suscitaron una alarma general, y poco
faltó para que dividieran en dos a todo el clero, sin distinción de jóvenes y
ancianos. Sin embargo, hay que decir que, en definitiva, el áspero contraste
tuvo su lado bueno, gracias a la reconocida autoridad de R. Guardini, que con su
Ein Wort zur liturgischen Frage
,
escrito en forma de carta al obispo de Maguncia de aquel tiempo, con tono sereno
pero al mismo tiempo como gran maestro, daba unas nuevas dimensiones a todo el
problema.
Fue, en efecto, precisamente entonces cuando, sobre todo en Alemania,
los obispos comenzaron a tomar en sus manos la dirección del movimiento
litúrgico, estableciendo un "grupo litúrgico" en el seno de la Conferencia episcopal alemana y creando una "comisión
litúrgica" de expertos, representantes de los diversos centros litúrgicos que
operaban en Beuron, Maria Laach, Klosterneuburg y Leipzig. Pero que ni siquiera
así se había normalizado y calmado totalmente la situación se percibe por el
escrito acusador del arzobispo Gróber, de Friburgo (Alemania),
Beunruhigungen. Y en realidad era Roma misma, y precisamente
el papa en persona, quien quería que el movimiento litúrgico tuviese una
orientación bien determinada. En efecto, en enero de 1943 los miembros de la
Conferencia episcopal alemana recibieron del nuncio pontificio la comunicación
según la cual una comisión cardenalicia, encargada a tal objeto por el papa,
hacía presentes sus propias preocupaciones a la vista de las novedades
litúrgicas que se iban multiplicando. El texto de la comunicación decía así: "La
s. Sede, preocupada por ciertos peligros que podrían correr la disciplina
eclesiástica y la fe..., desea recibir de los obispos noticias detalladas sobre
el movimiento litúrgico..., quiere que los obispos indaguen cuidadosamente qué
hay que promover en lo que el movimiento litúrgico tiene de bueno. Impídanse
ulteriores discusiones sobre estos problemas, ya que la s. Sede asegura estar
dispuesta a mostrar su acuerdo con los obispos, siempre que se alejen peligros
para la fe o para la unidad de la iglesia...". Respondió al documento el card.
Bertram de Breslau, con una extensa pro memoria, que contenía una
decidida defensa del movimiento litúrgico.
c) La intervención de Pío XII.
Una
primera toma de posición del papa, si bien genérica, fue la encíclica Mystici
corporis, de 1943; le siguió una carta del cardenal secretario de Estado
Maglione en respuesta
a la pro memoria
del card. Bertram (diciembre de 1943), en la que, si bien con reservas, se
certificaba la validez de las intenciones del movimiento litúrgico Se tuvo,
finalmente, en 1947 la encíclica Mediator Dei, en la que se mezclan de
modo extraño reconocimientos y reproches, en un esfuerzo muy evidente por
remover todo peligro de extremismo. A este solemne documento pontificio se debe
reconocer el mérito —si bien no respondía a todos los desiderata del
movimiento litúrgico y resulta hoy superado en muchos puntos por la constitución
litúrgica del Vat. II— de haber sido el primer reconocimiento oficial de los
valores del movimiento litúrgico a nivel de iglesia universal, convirtiéndose
así, de hecho, en la "carta magna" de la renovación que éste intentaba
promover.
9. NUEVO
IMPULSO. A la
promulgación de la Mediator Dei le siguió en Alemania una mayor
coordinación de los diferentes centros de actividad litúrgica, hasta llegar a la
fundación del Instituto litúrgico de Tréveris, que encontró su primera
afirmación en el primer congreso litúrgico alemán celebrado en Francfort en
1950.
También en Italia se reforzó el movimiento, reuniendo sus filas. Ya
en 1947, un mes antes de la aparición de la encíclica Mediator Dei, la
RL había echado en Parma, en una restringida reunión de amigos, las
primeras bases del Centro de acción litúrgica (CAL) [-> Organismos
litúrgicos III], que en 1949 fue presentado a todo el episcopado italiano
mediante una carta circular de su presidente Bernareggi, obispo de Bérgamo, y
que, empezando por el mismo año, organizó toda una serie de Semanas
litúrgicas nacionales, con el objeto expreso de profundizar en la
problemática litúrgica a la luz de la Mediator Dei tanto en el plano
doctrinal como en el plano pastoral.
Pero también por otras vías distintas de las del supremo magisterio
papal —y no menos providenciales que éstas— mostraba el movimiento litúrgico su
capacidad de penetración. En efecto, las dificultades y las necesidades de la
segunda guerra mundial, con sus campos de concentración y de trabajo y con la
misma persecución religiosa nazi, habían revelado ya la vitalidad que alojaba en
sí una liturgia vivida; pero se había descubierto también qué poder de rebasar
las fronteras nacionales le era propio. En este sentido, es de particular
importancia el surgimiento en Francia, en 1943, del
Centre de Pastorale Liturgique (= CPL), en el que confluyen
hombres de destacada personalidad y experiencia, provenientes del clero secular
y del regular y animados por un fecundo dinamismo. En efecto, serán ellos
quienes den origen a iniciativas preciosísimas, como la revista La
Maison-Dieu (= MD), que alcanzó pronto fama mundial; la colección de
estudios Lex orandi; las Sesiones CPL, y las Semanas nacionales
de Versa/les. El Congreso litúrgico de Lyon (1947) fue el primer encuentro,
a nuevo nivel y con nueva orientación, entre los mayores liturgistas de Francia
y de Europa.
10. LOS CONGRESOS INTERNACIONALES. HACIA EL CONCILIO VAT. II. En
nombre de la liturgia se encontrarán unidas en adelante Francia y Alemania, dos
naciones demasiado a menudo enemigas entre sí; y de su recíproca colaboración y
común acción nacerán aquellos encuentros litúrgicos internacionales que cobrarán
importancia cada vez mayor a partir de 1951: Maria Laach, Lovaina, St.
Odilienberg, Lugano, Montserrat, hasta llegar en 1956 al 1 Congreso
internacional de liturgia pastoral en Asís.
Este congreso no podía ciertamente ignorar el pasado lejano y
reciente; pero desde muchos puntos de vista fue verdaderamente algo muy nuevo.
La nutrida representación de la jerarquía, que demostraba así cuán grande era su
interés por la causa litúrgica; la gran participación de personas interesadas
provenientes de todas las partes del mundo y, finalmente, el hecho de que el
congreso estuviera coronado por la audiencia del papa Pío XII en Roma, al tiempo
que mostraban el agradecimiento por las grandes innovaciones y reformas
litúrgicas de los últimos años (restablecimiento de la vigilia pascual en 1952 y
la consiguiente reforma de toda la liturgia de la semana santa en 1955), ponían
de manifiesto también la ya imprescindible necesidad de ulteriores pasos en el
mismo sentido. En efecto, se preparaba realmente en Asís, abriéndole el camino,
la gran reforma litúrgica del Vat. II.
Una etapa sobre este camino, aunque en sentido ciertamente menor, a
pesar de la importancia revolucionaria que parecía cobrar de momento, fue el
nuevo
Codex rubricarum, publicado
en 1960.
III. El movimiento litúrgico, coronado en el Vat. II
En un lapso de tiempo que abraza alrededor de cincuenta años se había
realizado un gran trabajo, tanto en el plano práctico de las realizaciones y de
las posibilidades como en el plano de la reflexión teológica a propósito de la
naturaleza y del significado de la liturgia. Todos los que tenían Interés en la
liturgia habían estrechado, en todas las direcciones, vínculos entre sí a lo
largo de una sucesión de semanas, de encuentros y de congresos.
Este estado de cosas hizo que el trabajo de la comisión litúrgica
preparatoria, reunida con vistas al concilio Vat. II, estuviera tan adelantado
que el esquema relativo a la reforma de la liturgia no sólo fue el primero que
se discutió en el concilio, sino que pudo encontrar, al término de las
discusiones conciliares, la forma de una constitución litúrgica conocida por las
palabras iniciales como
Sacrosanctum
concilium (= SC). Esta, reflejando muy bien las ideas fundamentales de una
reforma en materia de liturgia tal como las habían visto los padres conciliares
según la perspectiva que había encomendado al concilio el papa Juan XXIII,
estaba en condiciones de expresar de manera casi perfecta tanto la dimensión
teológica de la liturgia como las actuaciones prácticas encaminadas a conseguir
su reforma.
Aprobada y promulgada por el papa Pablo VI el 4 de diciembre de 1963,
la SC" puede ser considerada así —al menos por el momento—como la última
piedra del edificio a cuya construcción se había dedicado el movimiento
litúrgico durante cincuenta-sesenta años (tomando como punto de partida el motu
proprio de Pío X de noviembre de 1903 y el congreso de Malinas de 1909), al
haber comprendido su importancia espiritual en muchos aspectos verdaderamente
extraordinaria.
Así, los que en otro tiempo eran planes audacísimos, se ven
realizados bajo la suprema autoridad de la iglesia; propósitos y metas que se
había prefijado ya la reforma protestante, que la ilustración había proseguido y
que el movimiento litúrgico había preparado lentamente y con gran moderación,
son hoy, por decreto de la iglesia, del papa y del concilio, realidad de valor
decisivo para toda la iglesia. Y no es cuestión, en primera línea, de detenerse
a considerar las que podríamos definir como reformas espectaculares, como la
comunión bajo las dos especies, la concelebración y la admisión de la lengua
nacional para el uso litúrgico. Sino que se trata sobre todo de una visión más
profunda y de una idea más completa de lo que es la liturgia y de cómo debe, en
conformidad con este mejor conocimiento que se tiene de ella, encontrar la forma
que mejor le cuadra en nuestro mundo de hoy.
Y es precisamente en estos dos aspectos donde se revela de forma
concreta, en el ámbito del problema litúrgico, el nuevo mundo en que se mueve el
concilio: la iglesia, con una vitalidad siempre nueva, debe adecuar la propia
naturaleza y misión inmutable a las que son exigencias del presente.
Se encargó la realización de este magnífico programa al Consilium
ad exsequendam constitutionem de
s.
liturgia, instituido ya durante el concilio
en 1964, puesto bajo la sabia dirección del card. G. Lercaro y del secretario A.
Bugnini (t 1982), y en cuyo seno se encontraban de treinta a cuarenta entre
cardenales y obispos. Pero llegados aquí, debemos dejar la palabra a la voz
-> Reforma
litúrgica.
IV. El movimiento litúrgico en las iglesias evangélicas
En la época del -> ecumenismo, promovido también por el Vat. II
(cf UR, sobre todo 23), es oportuno considerar al menos brevemente los
esfuerzos de los hermanos separados en el campo litúrgico.-
Después del
desarrollo, no siempre feliz, de las reformas litúrgicas
llevadas a cabo en las iglesias evangélicas durante los
ss. xvii y xvii, hallamos una prehistoria de un movimiento
litúrgico también en el protestantismo: se trata ante todo de las reformas
promovidas por el rey de Prusia, Federico Guillermo III, para las iglesias
luterano-reformadas de su reino, entre los años 1816 y 1824. Pero, también aquí,
un movimiento litúrgico en sentido estricto se produjo sólo en el s. xx:
se trata de diversas corrientes que finalmente han obtenido una verdadera
reforma litúrgica por parte de las iglesias oficiales.
Existían los grupos de una orientaclón semejante a la de la High
Church (iglesia alta) anglicana, que se inspira en Fr. Heiler (1892-1967).
Pero son más importantes y más nutridos los grupos surgidos en el seno de la
iglesia luterana, especialmente la hermandad de S. Miguel (grupo de Berneuchen).
Aquí se busca una forma más auténtica de celebración de la cena, con el
retorno a una verdadera prez eucharistica; además, se reanuda el uso de
una liturgia horarum.
Los teólogos de estos grupos luteranos han publicado una obra
excelente en 5 vols.: Leitourgia. Handbuch des Evangelischen Gottesdienstes,
Kassel 1954-1969, con estupendas contribuciones de R. Sdhlin, P. Brunner, G.
Kretschmar, E. Schlink y de muchos otros buenos autores.
El resultado más feliz de estos trabajos ha sido la redacción de una
celebración eucarística que se asemeja muy de cerca a nuestra misa: pero su uso
es sólo facultativo.
Análogamente, son dignos de fortísimo aplauso los trabajos en el
campo litúrgico, a nivel tanto de investigación teológica como de actualización
concreta de la celebración, que se llevan a cabo en Taizé, gracias a la obra de
R. Schutz y M. Thurian, como también en el ámbito de las iglesias reformadas de
Suiza (con R. Paquier y W. Rordorf) y de Francia.
El interés y el amor por la liturgia congrega cada año a exponentes
de la ciencia litúrgica de todas las confesiones (romano-católica, ortodoxa,
reformada, luterana, anglicana) de Europa y de los USA en las Semaines
d'Etudes Liturgiques en el Instituto de teología ortodoxa en París (=
Semaines de st.-Serge). La vigesimonona semana (1982) tenía como tema
liturgie, spiritualité et culture. Las actas de estos congresos se
publican en Roma en las Edizioni Liturgiche.
[-> Movimiento litúrgico en
España].
B.
Neunheuser
BIBLIOGRAFÍA: Calzada
P., El movimiento litúrgico, sus razones internas, en
"Liturgia" 5 (1950) 95-101; Franquesa A., Movimiento litúrgico
contemporáneo, en DHEE 2, Consejo S. de Investigaciones Científicas, Madrid
1972, 1330-1333; Jungmann J.A., Liturgia (Movimiento litúrgico), en SM 4,
Herder, Barcelona 1973, 357-360; Maertens Th., Crisis del movimiento
litúrgico, en "Phase" 5 (1961) 1-7; Moral T., La obra litúrgica del padre
Germán Prado OSB (1891-1974), en "Ephemerides Liturgicae" 90
(1976) 212-218; Fray Justo Pérez de Urbe/ liturgista (1895-1979), ib, 94
(1980) 195-199; Dom Andrés Azcárate, pionero del Movimiento Litúrgico en
Hispanoamérica (1891-1981), ib, 96 (1982) 90-95; Olivar A., Dom Adalbert
Franquesa: breve ensayo bio-bibliográfico, en "Phase" 62 (1971) 119-125;
Palacios M., Algunos puntos de vista sobre el movimiento litúrgico. en
"Liturgia" 8 (1953) 29-37, 95-100, 142-145; Pascual A., El movimiento
litúrgico hasta Pio X, en "Liturgia" 5 (1950) 225-229; El movimiento
litúrgico en Bélgica, ib, 279-284; El movimiento litúrgico en Alemania v
Austria, ib, 353-360; El movimiento litúrgico en España, ib, 6 (1951)
18-25, 102-106; Pasqualetti G., Recuerdo de Mons. Bugnini, en "Phase" 131
(1982) 423-437; Prado G., Movimiento litúrgico, en "Liturgia" 2 (1947)
179-181, 206-211, 266-271, 298-302, 330-335; Urdeix J., 1903: Un hito en la
pastoral litúrgica. A los setenta y cinco años del Motu Proprio "Tra le
sollecitudini", en "Phase" 108 (1978) 543-547; Velado
B., El movimiento litúrgico en el mundo, en España, en la diócesis de
Astorga, "Dossier del Instituto diocesano de Formación y Acción Pastoral",
Astorga 1964; V V.AA., El movimiento litúrgico, en "Liturgia"
145-146 (1958) 1-55. Véase la bibliografía de Movimiento litúrgico en
España.